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Posets-Maladeta (Ago'19)

 

En sendas visitas realizadas este verano a este espacio natural y su área de influencia he descubierto un tesoro. Había pasado cerca en visitas anteriores, pero nunca lo había vivido como en esta ocasión, y las sensaciones con las que vuelvo a casa son espectaculares.

 

Creo que uno de los elementos que cobra mayor protagonismo dentro del parque es el agua, en todas sus formas y versiones. Hay agua por todos lados, incluso un año como este en que las precipitaciones han sido muy escasas. Agua fría que baja por los cauces de ríos como el Ésera y el Cinqueta y cuyos cursos delimitan el parque al este y al oeste respectivamente. Aguas ferruginosas que manan del subsuelo tiñendo la roca de un color rojo vivo. Agua cristalina que llena los ibones en las alturas y dota al paisaje de un atractivo aún mayor. Agua que se acumula en los pocos neveros que este año sobreviven al verano en las umbrías más altas. Agua, hielo y roca como testigos de lo que un día fueron los grandes glaciares del Pirineo, y de los que hoy apenas encontramos algún vestigio, pero cuyo avance fue modelando el paisaje que hoy visitamos.

 

He caminado por sus sendas mucho y bien. He vuelto a pisar la nieve en las cotas más altas y he vuelto a ver la silueta de alimoches, águilas y quebrantahuesos sobre mi cabeza. He disfrutado siguiendo la pista del urogallo o la perdiz nival, o imaginándome al oso dándose un buen atracón de arándanos. Me he relajado en sus ríos, arroyos e ibones, en compañía de ranas y tritones. He descubierto alguna especie nueva para mi, y he redescubierto alguna otra que hacía mucho que no observaba. Me he divertido con las marmotas como nunca lo había hecho, y he caminado hasta Francia siguiendo la senda del antiguo comercio de madera. He disfrutado del paisaje y también del paisanaje, de su comida, de su bebida, de sus pueblos. Y nada de esto lo he hecho sólo.